HILVANANDO UN MILAGRO CAMPERO
Últimamente leo un poco más de que lo que es mi costumbre, y de pronto recale en un texto, que a priori, se me hacia como un tanto extraño:
“Ella escribía en un vasto códice, escribía cuanto le resultara agradable, interesante, digno de anotarse. Escribió tanto que las páginas se tornaron negras y tuvo que emplear tinta blanca para seguir escribiendo”.
Luego me he preguntado ¿porque? a mi vez comencé a elucubrar –libremente- sin atarme a nada, fue entonces cuando la mano llevo mi lapicera a bordar el papel:
¿Cuanto nos cuesta creer?
Dudamos hasta de nosotros mismos.
Nos desencantamos tan fácilmente.
Por eso cuando Celedonio, gaucho fiero, morocho él, y muy recio, galopaba lejos del casco de la estancia, montado en su brioso alazán criollo, se topó inopinadamente con una yarara –que estimaba venenosa- se llevó la mano a la cintura, como un rejusilo, y empuñando el bufoso dispuesto a emplomar al ofidio, preciso instante en que es sorprendido cuando la víbora –mostrándose temerosa y muy inquieta exclamó: ¡no, no, no me mates, soy dueña de una extraña magia y puedo concederte tres deseos, si no me quitas la vida. Claro.
Celedonio, rudimentario hombre del entorno rural, naturalmente desconfió, se rasco la barba, luego la cabeza, claro que dudaba, y mucho, pero al final accedió. Bueno dijo:
1° Quiero que mi casa, paredes, techos, muebles, enseres, todo... me lo transformes en oro.
2° Quiero el rostro de Robert Redford, en su apogeo, por ejemplo cuando su consagró en “El Golpe” con Paul Newmann.
3° Quiero transformar mis genitales del tamaño de los de este caballo.
Dicho esto hizo una nota incluyendo todos estos puntos que la mágica víbora conformó con su cascabel. Y le advirtió: no podrás hacer reclamos, Celedonio acepto con un movimiento de cabeza, señal de asentimiento que en un gaucho es un compromiso de honor.
-Bien, dijo la yarará: Concedido.
Cuando Celedonio, dubitativo, envuelto en sus pensamientos –que no eran muchos- y no quiero ser discriminatorio, solo era un hombre duro campeón de la doma y las tareas rurales pero no se le podían pedir muchas mas cosas, pero llegando al rancho percibía un resplandor dorado, que a medida que se aproximaba era llamarada, estaba todo dicho. El 1° Cumplido.-
Después se miró en el espejo y se vio –como lo había solicitado- con el rostro de Robert Redford en su mejor época. El 2° Cumplido.-
Finalmente se puso frente al espejo grande, se veía de cuerpo entero, soltó la hebilla de su ancho y rudo cinturón, libero –con dificultad- la gastada cremallera de su pantalón, y lo dejó caer...
...de pronto gritó con una amargura y un desconsuelo conmovedor – hasta de Alaska y Cánada preguntaron que acontecía- tal la fortaleza del sonido emitido que ennegrecía irremediablemente la página principal de su vida, ahora arruinada. No servía ni la tinta blanca.
La Estancia y sus aledaños resultaban sumidos en el ámbito de confundidos y absortos hasta que la exclamación de Celedonio develó la cruel realidad;
-¡CARAJO ME OLVIDÉ QUE MONTABA LA YEGUA!.-
PD/ He pretendido hacer uso de la intertextualidad relacionando un cuento en boga- que había escuchado o leído, recreándolo, al que agregué la impronta de mi adaptación. Solo me abrogo, modestamente, una parte muy circunstancial del efecto que produzca.
JFA 05-05-2009.-
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