martes, 14 de junio de 2011

AQUEL MONTON DE ESPERANZAS

AQUEL MONTON DE ESPERANZAS…

Todos tenemos la imagen de la monotonía cuando hablemos de los pueblos chicos de provincias. De la misma manera vamos asumiendo como mutan con la modernidad costumbres y rutinas para dar lugar a otras que hagan la vida más confortable.

Lo que no cambia es la juventud desorientada, la clase pasiva olvidada, y en medio de todo ello la mujer, como firme haz de voluntades, un adorno sutil y delicado que completará esta sentida remembranza.

Entonces, como nunca oculte mi orgullo de ser natural de Carmen de Patagones, titulándome como corresponde: “Maragato”, especialmente lo evoco, un pueblo como todos, para mi único y amado terruño que era,
Fundamentalmente: La Municipalidad, La Escuela, La comisaría, La Iglesia, algunos comercios varios, un Hotel aledaño y la Estación del Ferrocarril.

Asimismo tenía, por su cercanía con el Océano Atlántico la Playa, poseía una Chacra Experimental con todas las variedades botánicas, el histórico
Cerro de la Caballada, donde en 1827 no cubrimos de gloria repeliendo la invasión Brasilera que fracasó. ¡Ah! Como no citar las feraces Islas del Río Negro que disfrutábamos en la época estival.

Pues bien, en el perímetro de la Estación, ahora tenemos un joven protagonista, algo despistado y bondadoso lustrador de zapatos con su tradicional cajoncito, y el banquito claro.

Héctor tenía 17 años recién cumplidos, añoranzas como todos, algunas cosas de chicos, y las naturales inclinaciones de todo hombrecito en ciernes.

Respetuoso, solicito, daba gusto, y asomaba con sus ojos soñadores, con típicas ojeras, con una presencia agradable, enmarcada naturalmente por la humildad pueblerina.

Dicen, quienes lo frecuentaban, chicos de su edad, que en su cajoncito llevaba lo normal: un cepillo, un frasco de tintura, una caja de pomada marrón y otra negra, una franja de gamuza para sacar lustre, un caja de cigarrillos escondida, una carta para su filito-que le entregaría apenas la viera- robándole un beso, como siempre anexándole la confesión de una lista de sus anhelos y necesidades espirituales, nadie lo supo jamás ya que él no lo manifestó, que lo que mas pesaba en ese cajoncito era aquel montón de esperanzas que almacenaba en su corazón aventurero, a su manera claro, y pegado al costado: una foto de su Independiente Club, Rey de Copas.

Una de esas tardes en que se detuvo el tren que viniendo de Buenos Aires toca San Antonio Oeste y culmina su trayecto en San Carlos de Bariloche, desatando una formidable algarabía en torno de los vendedores ambulantes ofreciendo frutas, emparedados, helados, golosinas, gorros, remeras con la inscripción zonal y ese cumulo de dulces y productos regionales varios, entretanto de la mayoría de los pasajeros que siguieron viaje se apeo, desprendiéndose de ellos una muy bella mujer, joven, esbelta con nítidos rasgos europeos de tez muy blanca, ensortijado cabello renegrido, ojos color cielo y unas pestañas arqueadas que al cerrar sus ojos hacia temblar todos en su derredor.

Vamos que todo la hacia aparecer como una dama misteriosa, cuando en realidad volvía al pueblo para rendir un homenaje a su padre cuyos restos descansan en el Campo Santo local.

En otro orden de cosas digamos, que mientras duro su estadía, cada tarde sobre las 18 se sentaba en la confitería, sobre la vereda más cercana a la parada de Héctor –me refiero a su labor profesional, claro- que desde que la vio se había quedado prendado de su belleza, para él era como una estrella de cine del gran mundo, no era para menos ¿verdad?.

Mientras ella degustaba su te con leche con masas, repetidas veces coqueta usaba invariablemente un espejito, refugio de la certeza de una hermosura singular, repasaba una y otra vez su angelical rostro para corregir cualquier circunstancial desarreglo que jamás ocurría, era perfecta.

Insisto creo que el muchacho no la olvidará nunca, en efecto, una tarde ella lo llamo con un gracioso mohín, no para usar sus bondades de lustrador, simplemente lo miro, él casi se desvanece, le preguntó como se llamaba, balbuceando el dijo Héctor mientras experimentaba como una explosión que estallaba en su interior en esa ocasión tan deseada cuanto impensada por lo que le estaba aconteciendo –era el sueño del pibe- ella finalmente lo invito al hotel y departieron juntos, toda esa tarde,-que voló- brindando con bebidas espirituosas y refrescantes.

La dama no daba la impresión de ser una mujer de vida fácil ni licenciosa, es probable que en ese instante ella con su soledad sintiera su alma cubierta de pesado manto de nieve, que quizás disipara ese relámpago encendido en los ojos del muchacho, pero en rigor de verdad de los momentos vividos por ellos, nadie sabe lo sucedido, Héctor resulto un cofre lacrado, su núcleo de muchachos no lo supo y mucho menos el mío 10 años menor que ellos.

Todo conjetura es la suma de nuestras fantasías, quizás fue algo etéreo, superior y solo presidido por sentimientos que a veces actúan de manera fulminante catalizando las acciones de los seres humanos sin otra motivación que una mutua atracción incontenible.

Casi todo en la vida es tan efímero, que ni con todas nuestras mas fértiles escenas eróticas se pueden adivinar, solo imaginar y sin certeza de aproximación. Y como siempre sucede, tras aquella jornada de calidez, ella nunca más volvió; sin embargo el alma del muchacho que atesoraba UN MONTÓN DE ESPERANZAS no obstante volver a aquella esquina cada tarde, prendido a la utopia –para seguir viviendo- pero todos creen que su alma se fue detrás de ella, instalando en la cassette de su memoria un film que contiene las delicias de su aventura.-

JFA 07-06-2011

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