martes, 14 de septiembre de 2010

Entre bambalinas

Entre bambalinas

A veces, cuando no estoy seguro de lo que intento, recuerdo que supe incursionar en el taller de teatro –entre otros- envolviendo mi alma con la de tantos personajes que me toco encarnar y vivir historias disímiles que van haciendo que te posesiones de una suerte de inopinado viaje con un toque de romanticismo, donde los relojes cotidianos, que detallan la vida, de la gente son como una historia donde un personaje arma su vida a partir de cinco (5) piezas de un rompecabezas

Entonces, trataré, el armado del puzzle –apelando al cofre de los recuerdos- que como flashes van apareciendo, extraídos de una galera mágica (porque las palabras no vienen de cualquier parte) tal cual como si le desabotonáramos el abrigo a la cassette de la memoria, donde se hallan, y que se han hecho indelebles.

Primero: en este enjambre que vamos a desfacer, imaginemos un chico que vivía en plena niñez feliz, al que de golpe, los avatares de la vida lo arrancan de su terruño –muy amado-para instalarlo en el progreso y la modernidad, de la gran urbe, que ha sido siempre Buenos Aires, llevándose solo sus pupilas húmedas llenas de imágenes inolvidables adornadas de colores, aromas y sabores pueblerinos.

Después: el pantallazo enceguecedor de la gran ciudad que obnubila, mientras todo muta, creciendo, impactándonos entre grandes saltos de realización y actualidad superadora. Y nos inquirimos ¿que será lo que vendrá?, sorteando nuevamente nuestra capacidad de asombro.

Mas tarde: –rauda- se presenta la pubertad. Ni tiempo nos deja para balbucear un:¡ mucho gusto!, por que es la vida que no se detiene en medio de adelantos e inventos que actúan dinámicamente, mientras como contra cara quedamos marcados a fuego –parece una redundancia- por la trágica Segunda Guerra Mundial 1939-1945, y sus penosas consecuencias con cicatrices que no cierran.

Ahora un adagio: “el casado casa quiere”, se erguía entonces, como el proyecto de una sociedad tendiente a lograr la felicidad de la pareja humana, se complementa, con la anhelada descendencia por la cual asumimos la responsabilidad de la crianza y su posterior monitoreo constante.



Finalmente: ley de vida, la vorágine que supone ese torbellino que nos absorbe mientras vamos consumiendo nuestra existencia –tragada a bocanadas- tal como el caso de viajar al mundo exterior y comprobar que estábamos a su altura intelectual.

Después, claro, queda por insertar el ciclo, de las mieles, con los nietos, ya entrados los mayores en el cálido jardín otoñal, atesorando recuerdos. Los instintos por los anhelos de alentar vida a pesar de todo lo transcurrido –inédito- configura lo que es ese uno mismo con el que nos reconocemos, mientras el alma exclama: ¡Ah si pudiera volver a empezar!.-

JFA 08-09-2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario