miércoles, 2 de junio de 2010

UNA CARICIA A LA MEMORIA

UNA CARICIA A LA MEMORIA

Hacia tantos años que no volvía a la casa paterna que se podía suponer que nunca había estado allí, en el viejo barrio de Colegiales donde vivimos en Federico Lacroze entre Conde y Freire, al lado del mercado, supimos tener época dichosas y otras de pena… cuando partió la Abuela.

El edificio estaba cerrado desde 1952, pasaron los años, y siguió el desfile de vidas “hacia la Casa del Señor”, ley de vida.

El encargado del mercado, algo envejecido me reconoció yo era aquel chico de 16 años que una noche se olvido las llaves y a las 3 me ayudo a entrar por los techos del mercado a la azotea de mi casa y no paso nada. Le exprese que quería visitar la casa, pero me dijo que habían cortado los servicios esenciales años antes. Insistí y en razón de la amistad que nos guardábamos me libro la entrada.

Accedí por la escalara al hall de entrada que daba a mi habitación, estaba mas gélida que en los inviernos mas crueles; el gran comedor donde no estaban los retratos de mis padres, de los abuelos y los de mis hermanos conmigo…pero yo los veía igual, al lado el dormitorio de mis padres, donde memorice cuando reposaba el 15 de enero de 1944, anocheciendo, el dentista me había sacado la muela del juicio y de pronto se movían las arañas, hacia un notable calor y luego supimos que era el terremoto de San Juan.

Luego por el pasillo el dormitorio de La Abuela, el baño y la cocina que daban al comedor de diario, con la mesa las sillas, la maquina de coser y la radio, donde los viernes a la noche, por la onda L.R.1 Radio de Mundo tocaba el maestro Don Carlos Di Sarli, mi ídolo, y esa madia hora me evadía de este mundo, finalmente una habitación posterior alargada, donde dormía, en el suelo cuando venían mis padrinos de Patagones. Allí estaba el baúl de los juguetes infantiles el balero, las bolitas, el tinenti.

Sin embargo los recuerdos se azuzaron al pasar por la cocina allí evoqué los generosos ravioles de seso, que con tanto amor nos regalaba mi madre los domingos, y mi padre sabia hacer costillitas de cordero asadas que acompañaba con puré de papas enriquecido con manteca y leche, ¡ah! Y las empanadas de la Abuela, que también sabía hacer crocantes milanesas.

En la habitación del baúl algunas ropas, todavía guardaban el aroma de nuestros cuerpos, y recordé las guerras de agua –con mi hermano- cuando nos bañábamos.

La casa era tan especial, no me había olvidado de detalle alguno, reconocía cada cosa al tacto, los disfraces de carnaval que se unen a los bailes, a los filitos que no se olvidan, ¡que dichosos fuimos!, y los títeres como nos divertían, recordarlo es volver a vivir.

Sobre la mesa, frente al baúl escuchaba el Teatro Universal, creo que era Radio Excelsior con Antonio Martianez y Antonia Herrero –españoles y grandes actores- así conocí: FELIPE DERBLAY, El Dueño de las Herrerías de Jorge Ohnet; LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO, de Oscar Wilde; BODAS DE SANGRE, de Federico García Lorca, y tantas otras, mientras hacia mis láminas para la clase de Mecánica de 1° año del Otto Krausse… y me equivocaba y las volvía a empezar… hasta vencer esa disyuntiva.

En un momento, débil es el hombre, temblé, se me humedecían los ojos, claro quería volver a empezar ¿quién no?, pero eso es una utopía, sin embargo la cassette de mi memoria, una y otra vez sintió gozo, penas y felicidad…

…de pronto tropecé con el viejo teléfono, naturalmente estaba desconectado, quería hablar con mi noviecita de la vuelta, llamarla, solo era una intención…¡es la vida! me dije, y….

JFA junio 02. 2010.-

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